28 agosto 2006

Volver a ser un niño

Este mediodía estuvieron a verme unos amigos, primero vino él que necesitaba que le echara un cable en un asunto de informática, unos minutos más tarde llegó su mujer y su hija, una niña preciosa de casi un año de edad (mañana los cumple), la mar de hermosa.
En medio de la conversación de discos duros y arranques fallidos salió el tema de la niña, de su cumpleaños y de la fiesta que van a celebrar, etc. Y entonces empezaron a hablarle a ella para que yo escuchara las primeras palabras aprendidas, las típicas de imitar sonido de los animales, a decir papá y mamá, los añitos que va a cumplir y los gestos típicos que desde tiempos ancestrales se han enseñado a los niños a hacer en los primeros meses de su existencia. Desde que salió aquella película que se llamaba, creo, "Mira quien habla" no puedo dejar de intentar imaginarme que estará pensando el bebé cuando los familiares y demás nos acercamos a él. A saber.

Pero hoy la niña, después de soltar toda la retahíla que tan amorosamente sus padres y abuelos, entre otros, le han enseñado, empezó a dar su propio discurso, discurso que era (como fácilmente se puede deducir) ininteligible para el resto de los humanos (incluidos sus progenitores). Un discurso imparable en el que articulaba palabro tras palabro (sic) mientras yo observaba sus gestos para intentar descifrar si lo que decía era una queja, una admiración, un deseo, una necesidad o un comentario sin significado alguno.
En ese momento no pude dejar de pensar cuantas veces nos pasa eso a los adultos, cuantas veces articulamos un montón de palabras, con una intención claramente inteligible pero que nuestro interlocutor no entiende, no entiende simplemente porque no está prestando atención a nuestras palabras, porque está aprovechando el tiempo que la otra persona está hablando para confeccionar su propio discurso sin tener en cuenta para nada, por supuesto, lo que nosotros hemos dicho.

Y después de aquella reflexión me quedé mirando un buen rato los ojos de la niña: ojos sinceros, mirada pura, sin doble intención, transparente, directa, clara. Y se me escapó un suspiro... ¡Ojalá los adultos conserváramos esa mirada! esa mirada de niñ@, esa mirada que con tanta facilidad perdemos por los avatares de la vida, por las traiciones y las puñaladas que vamos recibiendo a lo largo de nuestra existencia.